La
utilización
de
las
superficies
murales
como
soporte
de
la
pintura
es
el
nexo
de
unión
entre
la
arquitectura
y
la
pintura.
Desde
la
pintura
rupestre
hasta
el
muralismo
contemporáneo,
encontramos
que
las
imágenes
que
todos
tenemos
por
arquetípicas
de
una
civilización
casi
siempre
las
encontramos
en
una
pintura
mural.
La
potencia
del
su
mensaje
irresistible
perdura,
y
se
convierte
en
referente
de
un
espacio
y
de
un
tiempo.
Toda
arquitectura,
cuado
está
segura
de
sí
misma,
cuando
está
en
plenitud,
deviene
policroma.
La
pintura
mural
se
crea
para
un
espacio
determinado
y
concreto,
se
ejecuta
"in
situ";
teniendo
en
cuenta
las
condiciones
de
luz,
los
ángulos
de
visión,
la
proporción,
la
lejanía.
La
emoción
que
sentimos
delante
de
la
obra
es
la
misma
que
sentirá
el
espectador.
Es
como
la
ópera
de
las
artes
plásticas,
interdisciplinario,
y
que
va
más
allá
de
un
formato
lineal.
El
marco
con
frecuencia
es
complejo,
tridimensional,
arquitectónico.
La
arquitectura
se
debe
potenciar
desde
la
concepción
pictórica,
enriqueciéndola
con
elementos
de
trampantojo
jugando
con
el
claroscuro..
La
ornamentación
también
se
debe
prever
como
si
de
los
márgenes
de
una
página,
del
paspartú
se
tratase,
para
que
la
tensión
artística
pueda
descansar,
y
crear
los
diversos
epicentros
compositivos.
Las
reglas
compositivas
son
las
mismas,
pero
se
ven
interaccionadas
por
el
conjunto.
Con
frecuencia
se
utiliza
la
palabra
"fresco"
como
sinónimo
de
mural,
La
pintura
al
fresco
es
la
más
asociada
a
la
pintura
mural
porque
es
la
única
que
solo
puede
realizarse
sobre
el
muro.
Pero
también
puede
utilizarse
la
pintura
al
temple
o
la
encáustica.
La
pintura
mural,
pues,
es
de
una
gran
complejidad,
de
una
extraordinaria
riqueza,
y
de
una
importancia
capital
para
comprender
una
civilización.